En 1294, después de reinar durante unos 35 años, muere Kublai Khan, nieto de Genghis, habiendo extendido el dominio mongol, en ese entonces la única superpotencia (de hecho incluso el imperio Song de China acabó subyugado y absorbido por él en 1279), desde Europa central y el Báltico al Pacífico (incluyendo Persia y las actuales Rusia e India, si bien no Siria, Indochina ni Japón), hasta sus límites máximos, en lo que supo ser el mayor imperio jamás visto cuyos territorios tuvieran continuidad.
De un tal Marco Polo, mercader veneciano contemporáneo de Dante, se hace público en 1298 il Milione (dictado a Rustichello da Pisa, compañero de confinación y prisionero de guerra también él en las cárceles genovesas), relato de sus viajes por Asia y de su permanencia entre 1275 y 1295 en la corte mongola, presentando a los ojos de Europa, dándosele o no crédito, la visión de una civilización más poblada, rica y avanzada que la suya, y despertando en algo el deseo de imitar su lujo y asimilar sus conocimientos.
Cuando en 1291 cayó Acre, el último bastión cristiano en Palestina, finalizando así las Cruzadas (dos siglos de esfuerzo bélico por expulsar al infiel de los lugares santos concluían sin ganancia territorial alguna), la corona aragonesa se extendía en el Mediterráneo hasta Sicilia y Atenas y en Castilla se pactaban treguas ocasionales con el musulmán que dominaba Granada y tenía capital en Córdoba.
En 1273 Rodolfo I (el primer soberano de los mentados Habsburgo, casa que iba a mantener un lugar destacado en la historia europea por más de 600 años) es proclamado emperador del Sacro Imperio Romano, en 1305 Eduardo I de Inglaterra, que ya domina Gales, manda a ejecutar al rebelde escocés William Wallace, en 1309 Clemente V traslada su residencia a Aviñón después de consentir que Felipe IV de Francia suprima (no sin antes torturar y expropiar) la orden de los templarios.
En China se declara alrededor de 1333 un nuevo brote de peste, en este caso bubónica y bautizada como Muerte Negra (por lo que se sabe la epidemia más mortífera que se haya abatido nunca sobre la humanidad: se estima que en pocos años había matado a un tercio de toda la población mundial), que se propaga por Europa en 1347 a partir del regreso de un barco genovés cargado de agonizantes y muertos que había atracado por razones comerciales en Crimea, es decir desatada ya (en 1338) la Guerra de los Cien Años entre franceses e ingleses.
En 1325, cuatro años después del fallecimiento del florentino pero algo más lejos, los aztecas fundan Tenochtitlán, capital de otro imperio en gestación.
La esperanza media de vida del hombre medieval frisaba los 50 años, y la de las mujeres los 52.
El orden feudal dominante en ese entonces se nutría de dos elementos clave: el vasallaje como sistema de gobierno y de administración territorial (deudora de la brutal transformación de la organización militar, por caso el reemplazo de la infantería por la caballería), y el feudo como bien real y concesión a cambio de servicios (a diferencia del alodio o plena y hereditaria propiedad, y de la tenencia censual a cambio de un pago).
Ambos en un clima de inseguridad que privilegiaba al guerrero y en un contexto de progresiva ruralización de una sociedad cuya base económica consistía en la sustracción del excedente campesino por parte de su señor.
Destaca la rápida integración de la Iglesia dentro del sistema.
En la península italiana se conservaba, desde los tiempos del Imperio romano, una tradición urbana muy superior a la de otros territorios europeos.
Los núcleos de población adoptan y generalizan los burgos o foriburgos, colonias de artesanos y mercaderes que se forman o bien dentro de la antigua ciudad o, con más frecuencia, adosados a ella o separados por un río.
La presión demográfica (detenida sólo por la peste negra), el cultivo extensivo de cereales, el restablecimiento de las vías de comunicación terrestres y fluviales y el nuevo empuje comercial (el surgimiento de los antedichos mercaderes urbanos, transportistas, artesanos y cambistas) fuerzan la aparición de una nueva clase social liberada del agro y más allá de la trinidad de estamentos habituales (el campesino, el guerrero, el religioso), y su creciente conciencia de pertenecer a un grupo profesional coherente y con intenciones afines motiva el nacimiento de las primeras asociaciones laborales y la consecuente manifestación de una burguesía incipiente.
La época estaba marcada por las grandes cuestiones entre pontificado e imperio y la lucha encarnizada entre ambos, una confrontación política de más de siglo y medio: ¿a quién correspondía la suprema autoridad, al Emperador o al Papa?, ¿cuáles debían ser las relaciones entre el poder espiritual y el poder temporal?
De la italianización del linaje respectivo de los Wolf y los Wieblingen dentro del Sacro Imperio Romano Germánico van a derivarse las sendas posiciones ideológicas dominantes: la de los güelfos partidarios del Papa y la de los gibelinos que seguían al Emperador.
Con los años, su enfrentamiento va a ir perdiendo este significado de origen y responderá a los avatares de las políticas locales y a la evolución interna e institucional de las ciudades.
De a poco va surgiendo, al lado del Imperio y el papado, una nueva realidad de orden político: los estados nacionales.
Se profundiza en la noción de bien común, que se distingue del bien propio del jefe y de la suma de los bienes particulares, y del cual se derivará el bien público.
La idea de un príncipe unificador que asocia la consecución de este bien público a sus súbditos a través de las distintas corporaciones es la traducción más exacta del régimen democrático moderado, ideal político de los escolásticos.
Si bien es cierto que al nacer Dante Tomás de Aquino estaba todavía con vida, cuando escribía ya la teología y la jurisprudencia medievales se habían estabilizado.
La alta escolástica (el primer gran sistema filosófico occidental, San Alberto el Magno, el mismo Santo Tomás, San Buenaventura) había logrado un equilibrio inestable: partiendo de un acto de fe, se postulaba que los resultados de la especulación filosófica independiente y los datos de la revelación podían fundirse en una síntesis coherente.
Ya se había adoptado el sistema aristotélico recobrado para el occidente latino desde traducciones árabes (del 1128 en adelante) y pronto desde el original griego.
Continuaba la disputa de los universales, con la consiguiente escisión de los pensadores en realistas y nominalistas.
Aún así al finalizar el siglo XIII el proceso mismo de la teología testimonia que la razón conjugada empieza a perder parte de su firmeza: los movimientos subversivos y radicales muestran una Iglesia cada vez más institucionalizada y evidencian que la naturaleza se iba apartando de lo sobrenatural, las ciencias y la filosofía de la teología, la experimentación y la argumentación de la revelación.
Junto a la ecolástica (fenómeno cívico y universitario: en la segunda mital del siglo XII es cuando se organizan las primeras universidades europeas: Bolonia, especializada en derecho romano y canónico, y París, cuyo fuerte era la teología y donde estudiaron los mencionados) proliferan prácticas y devociones piadosas que escapan a la ortodoxia doctrinal: ayunos, peregrinaciones, fiestas como la del Corpus, los primeros milagros con ostias sangrientas, la devoción a la Virgen divulgada con himnos, oraciones, cuentos, gozos y dolores, era todo esto lo que involucraba al cristiano corriente.
De hecho, con la eclosión misma de las universidades (en sí típica del urbanismo medieval y de la existencia de la naciente burguesía), deja de ser fácil seguir sosteniendo que la vida contemplativa superaba a la activa, y la teología especulativa entronca y se subsume dentro de cierta ́revolución comercial ́ y en un entorno afanado por iniciarse en las ciencias naturales que ya buscaban comprender, incursionando en el razonar individual, los secretos de la creación para poder someterla al hombre.
Amén del arbotante como subterfugio constructivo que hizo posible la gloria artística del gótico (o del espejo desarrollado gracias a la maestría de los venecianos en la decoloración y transparencia del vidrio, el dominio de la destilación alcohólica, el descubrimiento del ácido sulfúrico o de las innovaciones técnicas que modificaron las relaciones del hombre con su hábitat: la generalización del molino de agua inducida por el poder jurisdiccional del señor sobre el campesino, la adopción del arado de ruedas y la modificación del yugo, la collera y la herradura, el caballo mismo en reemplazo del buey, la extensión del uso del hierro gracias a las numerosas fraguas rurales), del intercambio mercantil con lo que quedaba del bizantinismo en declinación y con los musulmanes en auge, de lo traído por los derrotados restos de los cruzados desde oriente y de la fluidez de los vasos comunicantes bajo la permisividad del imperio mongol, Europa va apropiándose, para perfeccionar y relanzarse, de toda una miríada de tecnologías.
A Silvestre II, por ejemplo, se le atribuye la introducción del astrolabio y del ábaco perfeccionado por los musulmanes añadiéndole la pieza nula que denominan sifr (el cero).
El uso del carbón como combustible para alimentar el fuego, el tenedor, el molino de viento tomado de los países islámicos, los inicios de la óptica y la lente, el servirse de la brújula al establecer el rumbo en la navegación, la numeración arábiga y la notación posicional, el timón, los anteojos, la conversión de la inveterada pólvora china en un arma temible (puede que una versión primitiva del cañón se haya utilizado ya en 1324 en el asedio de la ciudad de Metz), el torno de hilar, la adopción del papel moneda (instituido en China desde 1236).
Puede mencionarse de paso, para resumir este complejo de cambios mentales, que en 1304 Giotto pinta La Adoración de los Magos, en la que representa a la estrella de Belén como un cometa (inspirándose quizás en aquél que en efecto se hizo visible en Europa en 1301), estableciendo, por un lado, un principio de realismo pictórico humanista, y por el otro soslayando críticamente la usual oleada de pánico que este tipo de fenómenos todavía desataban.